Luis de Góngora y Argote profundizó los aspectos formales de la lengua durante el Siglo de Oro español, siendo poeta y dramaturgo, representante del culteranismo barroco, caracterizado por la bivalencia de sus obras, entre sus letrillas y romances populares, que escribió hasta 1610 y el cultismo que preponderó luego, por lo que fue llamado “El ángel de las tinieblas”, hasta que Dámaso Alonso lo valorizó en forma positiva, considerando que sus períodos tan tajantemente diferenciados no fueron tales, sino que en la segunda época profundizó los elementos metafóricos y los demás recursos literarios, complejizándolos. Tuvo gran influencia en la Generación del 27.
Nació en Córdoba (España) el 11 de julio de 1561, en el seno de una familia culta; siendo sus padres el abogado Don Francisco de Argote y Leonor de Góngora, perteneciente a una familia noble. Al igual que hará con las palabras de sus creaciones literarias, jugó con ellas en su propio nombre, haciendo una transposición, donde colocó primero el apellido materno.
En su propia familia tomó contacto con grandes humanistas, decidiendo estudiar leyes en la Universidad de Salamanca, carrera que no concluyó. A la edad de 24 años se decidió por la vocación eclesiástica, logrando recién a los 45 años ordenarse como sacerdote en la catedral de Córdoba. Protegido del duque de Lerma, logró ser designado capellán de honor del rey Felipe III.
Recorrió Madrid, Granada, Cuenca, Burgos, Salvatierra, Pontevedra y Toledo, mientras componía sonetos, romances y letrillas satíricas y líricas, retornado a Córdoba en el año 1609. Un año después, comenzó la producción de sus versos oscuros e intricados, dejando de ser el “Poeta de la luz”. Escribió “Oda a la toma de Larrache” y en 1613 “Polifemo”. De esta época también data “Soledades” su más famoso poema que combina lo pictórico y lo musical con lo poético, usando intricadas metáforas que demuestran una profunda imaginación y utilizando para complicar aún más las frases, el hipérbaton, con audaces alteraciones sintácticas.
Su peculiar estilo le valió seguidores y detractores. Entre los primeros se destacaron sor Juana Inés de la Cruz, Anastasio Pantaleón de Ribera y el Conde de Villamediana, entre otros. Su máximo detractor fue sin dudas, Francisco de Quevedo que le dedicó el soneto “A una nariz”, para burlarse de él.
La apoplejía lo condujo a la muerte, que ocurrió en su Córdoba natal, el 23 de mayo de 1627.